Photo

Del idealismo al oportunismo

 







 Por: Juan Diego Sierra Rave – Enlace departamental de juventud

 

En Colombia, la política ha pasado de ser una confrontación de ideas y proyectos de país a convertirse en un simple juego de poder. La esencia misma de los partidos políticos, aquella que los dotaba de identidad, principios y una finalidad social, se ha desvanecido entre la vorágine de la burocracia, el clientelismo y el ansia desmedida por alcanzar el control del Estado. Ya no hay diferencia sustancial entre la derecha y la izquierda, entre el centro y los extremos. La ideología, que en algún momento fue la piedra angular de la democracia, se ha convertido en un accesorio descartable cuando no conviene.


Colombia ha sido testigo de cómo los partidos políticos han mutado en máquinas electoreras sin convicción alguna. Lo que en su origen fueron movimientos inspirados en filosofías bien definidas, hoy no son más que plataformas de acceso al poder, donde las lealtades cambian con la misma facilidad con que se negocian ministerios, contratos y cargos públicos. La ciudadanía, confundida y hastiada, ya no logra identificar diferencias reales entre las colectividades porque estas mismas han renunciado a su vocación doctrinaria para convertirse en refugios de intereses personales y grupales.


El problema no es sólo que los partidos han perdido su esencia, sino que este vacío de identidad ha desencadenado una crisis en la democracia misma. En un país donde las elecciones deberían ser el escenario de la confrontación de modelos de desarrollo, de debates profundos sobre justicia social, economía, educación y seguridad, el panorama se reduce a una pelea de egos, de estrategias para mantener cuotas de poder y a un teatro mediático donde los discursos son construidos por asesores de imagen y no por verdaderos ideólogos.


Asistimos a la desnaturalización de los partidos tradicionales y al vaciamiento de los nuevos movimientos políticos. La lucha no es por la materialización de un proyecto de país, sino por cómo conseguir el respaldo necesario para obtener curules, ministerios y contratos. Ya no importa qué principios se defienden, sino qué alianzas se pueden tejer para garantizar la supervivencia en la próxima contienda electoral.


El ciudadano, quien debería ser el eje central de cualquier ejercicio político, ha sido relegado a un simple espectador de este desfile de ambiciones. En cada elección, se le seduce con promesas vacías, se le bombardea con marketing político diseñado para manipular emociones, y al final, se le abandona hasta la próxima jornada electoral. La desconfianza en los partidos ha alcanzado niveles críticos y ha dado paso a un fenómeno aún más peligroso: el caudillismo. Cuando las colectividades pierden su identidad, los ciudadanos buscan liderazgos individuales, figuras mesiánicas que prometen soluciones rápidas, aunque ello implique el debilitamiento de las instituciones democráticas.


El declive de los partidos políticos colombianos no es un fenómeno aislado ni reciente. Es el resultado de décadas de pragmatismo extremo, de pactos oscuros y de la incapacidad de los dirigentes para sostener un discurso coherente con sus propios postulados. Hemos llegado al punto en el que es común ver a un mismo político transitar de un partido a otro sin el menor rubor, apoyando hoy lo que ayer combatía y renegando de lo que en su momento abrazó.


La reconstrucción de la confianza en la política requiere una regeneración profunda de los partidos. No se trata solo de cambiar nombres y logos, sino de recuperar la esencia de la representación política, de volver a conectar con las bases ciudadanas, de fomentar debates reales y de apostar por una militancia comprometida y con convicciones firmes. Si no logramos frenar esta decadencia, seguiremos atrapados en una espiral donde el poder se convierte en un fin en sí mismo y donde los verdaderos problemas del país seguirán siendo utilizados como simple retórica electoral sin soluciones reales a la vista.

Artículo Anterior Artículo Siguiente