Por Jorge Patiño Vasco – Comunicador social.
En
la política, el papel de un concejal no debería limitarse a levantar la mano
para aprobar proyectos ni a protagonizar disputas estériles en el recinto. La
verdadera dimensión de su rol está en comunicar con respeto y firmeza las
necesidades de la comunidad. El lenguaje asertivo, lejos de ser un simple
adorno, es la herramienta que define si un concejal logra inspirar confianza o,
por el contrario, se pierde en el ruido de la confrontación. Una voz clara,
empática y firme no solo transmite seguridad, también abre caminos para la
construcción de consensos en medio de la diversidad.
Lo
que ocurre en el Concejo Municipal de Palestina, sin embargo, es todo lo
contrario. Estamos en el tercer periodo de sesiones marcado por gritos,
atropellos y ofensas, pero con muy poco contenido para la comunidad. Las
sesiones carecen de debates de fondo y se reducen a atacar o adular a quienes
asisten como invitados. Para algunos expertos, este tercer periodo no pasa de
ser un “relleno” para justificar el sueldo de los corporados. Ver las
transmisiones no solo produce tristeza, también genera vergüenza, pues se
observa a concejales que se refieren a los funcionarios con palabras
inapropiadas, los llaman mentirosos sin reparo y actúan como jueces supremos de
un tribunal inexistente. En lugar de inspirar respeto, la corporación ofrece un
espectáculo bochornoso que mina la confianza ciudadana.
El
impacto de este estilo político no es menor. Cuando un concejal sustituye el
respeto por la agresión, la argumentación por el insulto y la autoridad por el
grito, lo que se obtiene es un Concejo que divide en vez de unir, que aleja a
la ciudadanía en lugar de representarla. El tono que emplean los corporados es
fundamental: puede ser un puente para el consenso o un muro de confrontación.
En Palestina, lamentablemente, la segunda opción parece haberse normalizado.
Durante
la semana se presentaron varios hechos que reflejan esta situación. El primero,
protagonizado por el concejal Gustavo Ríos, quien en medio de una sesión fue
amenazado por la auxiliar de tránsito que aseguró que tomaría acciones legales
en su contra, luego de que este publicara un video que, según ella, ponía en
riesgo su trabajo. El segundo hecho fue aún más grave y estuvo
a cargo del concejal José Luis Vásquez, quien, sin medir sus palabras, lanzó
amenazas y se despachó contra funcionarios de Corpocaldas, advirtiendo en plena
sesión que iría “hasta las últimas consecuencias”. Lo delicado no es solo la
advertencia, sino la forma soberbia en que interrumpió a los delegados,
irrespetando incluso a la mesa directiva y pasando por encima de la figura del
presidente de la corporación.
Varios
concejales, consultados de manera reservada, afirman que esta es una actitud
reiterada de Vásquez: se toma atribuciones que no le corresponden, interrumpe a
sus colegas y actúa como si el recinto le perteneciera. Incluso se comenta que
el presidente del Concejo prefiere callar para evitar confrontaciones.
El
concejal José Luis, quien ha ocupado en varias ocasiones la presidencia del
Concejo, ha protagonizado serios episodios de irrespeto contra sus colegas. En
una de sus salidas, se atrevió a decirle al concejal Gustavo Ríos “que si a
él lo había parido una vaca”, además de afirmar que dicho cabildante
representaba a “los gamines del pueblo”. Más recientemente, la víctima
de sus palabras fue el concejal Jhonny Esteban Quintero, a quien frenó en seco
y le “cantó la tabla” en términos groseros. La situación es preocupante: quien
no esté de acuerdo con José Luis termina recibiendo toda clase de
descalificaciones que rayan en insultos y hasta amenazas, simplemente por
pensar distinto.
El
historial de escándalos de Vásquez no es nuevo. En el pasado fue señalado por
enfrentamientos con la Secretaría del Concejo de ese entonces; luego
protagonizó un vergonzoso episodio familiar, cuando en aparente estado de
embriaguez intentó entrar a la fuerza a su propia casa. Tras perder su elección
en la anterior contienda electoral, se convirtió en el peor enemigo de su jefe
político, Carlos Alberto Piedrahita, quien lo había formado y acompañado en su
carrera. Este año, al regresar al Concejo tras la renuncia de Armando Ruiz
Posso, buscó nuevamente saltarse protocolos, incluso en la Asamblea de Caldas,
para lanzar críticas políticas que poco aportaban en el homenaje de aquel día.
En Palestina muchos saben que Vásquez se mueve con habilidad en la política
local, “quitando y poniendo” según su conveniencia, pero lo cierto es que su
estilo ha vuelto el ambiente del Concejo cada vez más tóxico y desgastante.
No
es el que más grita el que tiene la razón, ni el que más amenaza el que
representa mejor a su pueblo. Tampoco es el que más videos publica en redes el
que demuestra preocupación por la comunidad. El liderazgo verdadero se
construye con respeto, argumentos y propuestas, no con insultos. Palestina
necesita concejales que legislen con altura, que comprendan que el lenguaje es
poder y que el poder debe usarse para construir, no para humillar.
De nada sirve haber hecho campaña prometiendo cambio y desarrollo si, una vez en el cargo, se gobierna a punta de soberbia y vulgaridad. Un municipio que quiere avanzar no puede permitirse un Concejo atrapado en la mediocridad de los insultos. La comunidad merece representantes que eleven el debate, que escuchen, que dialoguen y que demuestren con hechos y palabras que están allí para servir, no para imponer.
Al final, “la vaca que lo parió” no es solo un insulto dirigido a un
colega: es el reflejo del nivel al que ha caído nuestra política local.
