Por: Lola Portela
Contra todos los
pronósticos, Bolivia votó por un cambio de rumbo político tras casi 20 años de
dominio del Movimiento al Socialismo (MAS). Las encuestas, que durante meses
señalaron como favorito al empresario liberal Samuel Doria Medina, se
equivocaron: el senador Rodrigo Paz Pereira (Partido Demócrata Cristiano)
y el expresidente conservador Jorge Tuto Quiroga pasaron a segunda vuelta con
el 32% y el 27% de los votos, respectivamente.
El balotaje se disputará el
próximo 19 de octubre, en unas elecciones que marcan el principio del fin de la
hegemonía izquierdista en el país. El MAS, que en el pasado logró triunfos
presidenciales con más del 50% de los votos, sufrió una debacle al caer al
sexto lugar con apenas el 3,14%. Pese al resultado histórico, logró salvar su
personería jurídica, aunque políticamente quedó reducido a su mínima expresión.
La derrota expone las
profundas divisiones internas de la izquierda boliviana, marcada por la pugna
entre Evo Morales y el presidente Luis Arce, así como el desgaste de dos
décadas en el poder. El escenario como una “autodestrucción” del MAS, con
facciones enfrentadas y liderazgos cada vez más debilitados.
Y eso no es gratis, a la
crisis política se suma la crisis económica del país: inflación cercana al
25%, escasez de dólares y combustible, largas filas para conseguir productos
básicos y una fuerte pérdida de confianza ciudadana. Según encuestas
recientes, 9 de cada 10 bolivianos desea un cambio político y económico.
Mientras Rodrigo Paz Pereira
promete “capitalismo para todos”, Quiroga plantea transformar “absolutamente
todo después de 20 años perdidos”. Ambos representan el giro a la
derecha que parecía impensable hace apenas unos años y que ahora se
presenta como la opción más viable frente al desgaste del llamado “milagro
económico” de Evo Morales.
Con el MAS relegado al papel
de fuerza testimonial, Bolivia se prepara para cerrar un ciclo histórico y,
quizás, abrir el capítulo del fin de la izquierda como proyecto dominante en
América Latina.
Más allá de Bolivia, el
desenlace marca un precedente regional. Tras el desgaste de Nicolás Maduro en
Venezuela, la derrota de los kirchneristas en Argentina y las crecientes
críticas a gobiernos progresistas como el de Gustavo Petro en Colombia, el caso
boliviano parece consolidar una tendencia: la izquierda latinoamericana
atraviesa su momento más difícil en dos décadas.
Sin duda, las encuestas
estaban amañadas, porque el resultado de las elecciones en Bolivia simboliza el
inicio del ocaso del populismo de la izquierda en el continente
latinoamericano. Su gente despertó del sueño de un proyecto socialista fallido
que sólo trajo inseguridad, retraso, corrupción y mucha pobreza para el pueblo.
