Por: Jorge Patiño Vasco
Por estos días, el ambiente
político y ciudadano en Caldas se ha visto agitado con el anuncio del
presidente Gustavo Petro: el Aeropuerto del Café recibe luz verde con $830 mil
millones del llamado “Gobierno del Cambio”. Desde el 25 de agosto de 2025 está
abierta en el SECOP II la licitación para el lado aire de la obra. Una noticia
que, en teoría, debería llenar de esperanza a la región. Sin embargo, en
Palestina, municipio donde se construye el proyecto, lo que reina no es la
felicidad, sino el malestar y la desconfianza.
No es para menos. Son más de 40
años de promesas incumplidas, inauguraciones simbólicas y comités
presidenciales que terminan en aplausos y fotos, pero con las obras a medio
camino. En la administración de Iván Duque, por ejemplo, se lideró con bombos y
platillos el comité número 46 de Aerocafé. Allí, el entonces presidente pidió
cumplir cronogramas y fijó como meta culminar el terraplén en 2023. Hoy, dos
años después, seguimos escuchando los mismos discursos, pero con diferentes
protagonistas.
Lo ocurrido en el reciente evento
en Manizales no hizo más que alimentar la percepción de que Aerocafé se
convirtió en un escenario político donde la voz de la comunidad de Palestina es
constantemente invisibilizada. Mientras el auditorio de la Universidad de
Caldas se llenaba a medias, los verdaderos habitantes de Palestina brillaban
por su ausencia. Y no porque no tengan interés en el futuro del aeropuerto,
sino porque sienten que el proceso está manipulado por élites que deciden quién
puede hablar y qué versión de la historia se cuenta al presidente.
Resulta escandaloso, como
denunció el concejal Jhonny Esteban Quintero, que, en la única oportunidad de
interlocución directa con un mandatario nacional, los voceros de la comunidad
fueran en realidad funcionarios vinculados al mismo proyecto. “Juliana Marcela
Cárdenas, presentada como “líder social”, no es otra que la jefa de prensa de
Aerocafé. ¿Acaso no existen líderes genuinos en Palestina que puedan hablar de
lo que ha significado este proyecto para sus vidas? ¿Por qué se anula la voz de
quienes realmente han cargado con los impactos de esta obra inconclusa?” expreso el Concejal de Palestina.
A esto se suma la doble moral de
algunos dirigentes locales. El concejal José Luis Vásquez celebró con
entusiasmo el anuncio presidencial, pero no se puede olvidar que fue él mismo
quien en el pasado planteó que, si era necesario tumbar la iglesia del pueblo o
trasladar la central de sacrificio para construir Aerocafé, había que hacerlo
sin reparos. ¿Ese es el concepto de desarrollo que se nos quiere imponer? ¿Uno
que arrasa con la historia, la cultura y el sentir de la gente?
Lo más preocupante es que,
mientras se repiten los discursos de cambio y se anuncian inversiones
millonarias, la comunidad de Palestina sigue sintiéndose relegada. No es un
detalle menor: hablamos del territorio directamente impactado por Aerocafé, el
que debería ser el primer beneficiado y, sobre todo, el primer consultado. Sin
embargo, en la práctica, los habitantes del municipio son espectadores de un
proyecto manejado desde Manizales y Bogotá, donde los aplausos los ponen las
élites y el silencio lo cargan los pueblos.
Aerocafé puede ser una obra
estratégica para el desarrollo regional, pero no se puede seguir construyendo a
espaldas de la comunidad. El malestar que hoy se respira en Palestina no es
simple inconformidad: es la muestra de un divorcio profundo entre los discursos
grandilocuentes de los gobiernos y la realidad de un pueblo que ya no cree en
promesas.
