Por: Mateo Hidalgo Montoya - líder del partido Centro Democrático.
Lo que le ocurrió a Miguel
Uribe Turbay no es cualquier cosa. Es un asesinato vil, cobarde. Directo contra
un padre de familia, contra un hombre joven con vocación de servicio, pero,
sobre todo, contra un colombiano ejemplar. Le dispararon por la espalda
mientras cumplía con su deber político. Así de grave es. Y así de doloroso.
Y no, no es un hecho aislado.
Es el resultado de años de discursos irresponsables, de incitación al odio de
clases, de polarización sembrada desde el poder. En Colombia sabemos bien lo
que significa matar por política. Desde Gaitán hasta Álvaro Gómez. Desde
Rodrigo Lara hasta los cientos de líderes asesinados en silencio.
En mi departamento, Caldas,
también tenemos memoria. La masacre de La Dorada, los asesinatos selectivos en
Pensilvania, Samaná y Norcasia. Pero hay un nombre que no se puede olvidar:
Orlando Sierra Hernández, subdirector de La Patria. Lo asesinaron en pleno
centro de Manizales por denunciar la corrupción. ¿Su crimen? Decir la verdad.
Ese crimen nos marcó para siempre como sociedad.
El asesinato de Miguel no es
solo un ataque contra su vida, es un disparo de gracia a la democracia. No se
trata de ideologías: se trata de dignidad, de respeto por la diferencia. Se
trata de que un senador pueda caminar sin miedo, de que ejercer la política no
sea una sentencia de muerte.
Y lo más alarmante es que esta
violencia ya no está lejos de quienes apenas empezamos a construir liderazgo en
las regiones. Mi propia madre, María Constanza Montoya, fue blanco de amenazas
por ejercer control político serio y valiente frente a una administración local
anterior. Por fortuna, la Policía Nacional pudo actuar y acompañarla; pero no
siempre hay respaldo institucional. No siempre hay garantías. Lo sé, lo hemos
vivido como familia. Y como tantos otros líderes, seguimos adelante porque
creemos en un país mejor.
Desde Caldas, desde una tierra
donde el conflicto dejó heridas profundas, alzamos la voz. Exigimos justicia,
verdad, y también compromiso con la vida. Hoy no hay espacio para la
indiferencia. No se puede ser neutral ante el asesinato de un líder democrático.
A su esposa, a sus hijos y a
su familia los acompañamos de todo corazón. Que Dios les dé fortaleza y
consuelo. Que el recuerdo de Miguel sea semilla de coraje y de unidad. No de
miedo ni de resignación.
Y ante todo esto, no podemos
dejar de hacernos algunas preguntas simples, pero cruciales:
¿Qué seguridad nos queda a
quienes apenas empezamos a recorrer el camino político en nuestras regiones?
¿Cuántos más tienen que caer
para que el Estado actúe con seriedad, sin ambigüedades y con respeto por
quienes defienden la democracia desde abajo?
¿Qué responsabilidad asumirá
el presidente Petro?
