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| Fotografía: Cortesía campaña Miguel Uribe Londoño |
Por: Jorge Patiño Vasco –
Comunicador social y periodista.
En el Centro Democrático ya
no hay calma sino fractura. Y el responsable tiene nombre y apellido propio: Miguel
Uribe Londoño, el precandidato que pasó del dolor a la soberbia, del diálogo al
desafío. Su carta enviada al director del partido, Gabriel Vallejo, fue más que
un reclamo: fue una afrenta al respeto institucional y a los principios sobre
los que se fundó el uribismo.
El documento, revelado por SEMANA
y W Radio, está escrito en un tono grosero y desafiante. Uribe Londoño
exige aclaraciones sobre la encuestadora Atlas Intel, pide copias de
grabaciones internas y presume de tener su propia copia “como medida de
respaldo”. En otras palabras: desconfía del partido que dice representar.
Su comportamiento no es el
de un dirigente que busca construir, sino el de alguien que se siente con
derecho a imponer su voluntad. Y eso —en cualquier colectividad— se llama
prepotencia.
Con su carta, Miguel Uribe Londoño
desató una crisis innecesaria y mostró un talante que nada tiene que ver con el
liderazgo sereno del expresidente Álvaro Uribe Vélez. Mientras el director del
partido, Gabriel Vallejo, le respondió con altura —recordándole que “lo que
está mal, está mal, aunque lo haga todo el mundo”—, el precandidato eligió el
camino del grito y la amenaza.
Más grave aún: surgen dudas
sobre si su equipo intentó contactar por su cuenta a la misma encuestadora que
definiría la escogencia interna del partido. ¿Buscaban influir en el proceso?
¿O simplemente querían sembrar desconfianza? Preguntas que, hasta ahora, siguen
sin respuesta.
Y no solo eso. En los
pasillos del uribismo se comenta el papel de Lester Toledo, un asesor
venezolano vinculado a la campaña de Uribe Londoño, señalado por su injerencia
en decisiones estratégicas y su estilo confrontacional. ¿Es este el tipo de
asesor que debe guiar a quien pretende liderar al uribismo?
El próximo fin de semana, el
precandidato tiene prevista una agenda en Caldas, invitado por el
exrepresentante Fernando Gómez “Chano” y la diputada Karen Suárez. Pero tras
los hechos recientes, sería un grave error político recibirlo como si nada
hubiera pasado.
Caldas, cuna de liderazgos disciplinados y leales al pensamiento uribista, debería dar el ejemplo: no todo vale por un voto, ni todo se justifica por la aspiración de un precandidato.
El respeto por los valores fundacionales del partido —la transparencia, la
ética y la palabra— está por encima de cualquier ambición personal.
No se puede permitir que un precandidato que deshonra al partido con su comportamiento pretenda recorrer las regiones como si representara la decencia uribista.
No se puede permitir que un político que se comunica con gritos, amenazas y
desplantes pretenda hablar de renovación.
No se puede permitir que los dirigentes locales —por cálculo o conveniencia—
guarden silencio ante un acto tan lesivo para la unidad del partido.
Por eso, Caldas no debería
recibir a Miguel Uribe Londoño como precandidato.
Recibirlo sería legitimar la arrogancia, premiar la indisciplina y avalar la
división.
Negarle el espacio, en cambio, sería un acto de coherencia con la historia y
con el legado de quien fundó esta colectividad, Álvaro Uribe Vélez, que nunca
necesitó descalificar a nadie para liderar.
El Centro Democrático
atraviesa uno de sus momentos más delicados. La militancia necesita voces que
defiendan los valores, no que los atropellen. Y si algo debe quedar claro en
medio de esta tormenta, es que Caldas no se alquila ni se arrodilla ante quien
ofende los principios del partido.

