Continúa
el señor presidente imponiendo la visión política de izquierda en la que se
formó, específicamente durante su militancia en el M-19. Cada vez sus
intervenciones son más polémicas, y pareciera que su estrategia apunta a
encender aún más la polarización ciudadana en torno a la Constitución Política
de 1991, casi al punto de desconocerla bajo el argumento de una supuesta
"voluntad popular". Oscuros tiempos vive hoy la democracia
colombiana.
No
obstante, quisiera referirme puntualmente a la actitud del presidente. En
primer lugar, el mandatario debe tener claro que, a la luz de la Constitución,
su mandato está próximo a finalizar, salvo que sea él mismo quien, desde las
calles, busque desconocer nuestro marco constitucional e imponer a la fuerza
una nueva dictadura. Esta situación perdería sentido si encontrara en su equipo
de gobierno un candidato con la capacidad de mantener e impulsar la ideología
de izquierda que hoy intenta imponer. Sin embargo, este ha sido precisamente su
mayor fracaso como político.
Ninguno
de los que hoy lo acompañan —y que tienen aspiraciones presidenciales— hace
parte de ese séquito de militantes del M-19. Los pocos aliados que aún conserva
están siendo investigados o al borde de órdenes de captura por los escándalos
de corrupción de este gobierno. Otros, que ocuparon cargos relevantes, hoy se
encuentran inhabilitados para postularse a la presidencia.
En
la lista de posibles sucesores quedan nombres como el de la congresista María
José Pizarro, cuyos únicos méritos parecen ser su parentesco con líderes del
M-19, y Gustavo Bolívar, a quien incluso el propio presidente ha marginado, lo
que ha debilitado notablemente sus aspiraciones. Si analizamos el resto de
potenciales candidatos presidenciales que hicieron parte del gobierno de
Gustavo Petro, notamos que ninguno de ellos tiene antecedentes de militancia
guerrillera. La mayoría llegaron al gobierno producto de acuerdos políticos en
el marco del proceso electoral.
Tal
circunstancia ofrece un parte de tranquilidad a quienes consideran que el
gobierno de Petro ha sido deficiente en materia económica, social y de
seguridad. Aquellos que hoy podrían considerarse cercanos al presidente, o que
formaron parte de su gabinete, no comparten necesariamente su visión ideológica
ni su pasado insurgente. Por el contrario, muchos de ellos han participado en
gobiernos anteriores, comenzaron sus carreras en partidos de derecha, son
empresarios con experiencia en distintos sectores y cuentan con formación
académica en el exterior, en instituciones de corte capitalista.
Pareciera
entonces que el presidente Gustavo Petro reconoce hoy su incapacidad para
garantizar la continuidad de su proyecto político por la vía democrática. Por
ello, recurre al caos en las calles, con el objetivo de forzar una convocatoria
a una Asamblea Nacional Constituyente que le permita buscar la perpetuidad en
el poder. Al final del día, el presidente se rodea de figuras como Armando
Benedetti, Laura Sarabia y Eduardo Montealegre, quienes poco o nada tienen de
izquierda y cuya trayectoria profesional y personal está más ligada a una vida
de altos privilegios y vínculos con el poder económico.