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María Fernanda Cabal denuncia que Petro está acabando con el trabajo de los colombianos

 


En las plazas, en los buses, en las tiendas de barrio y hasta en los parques principales de municipios como Chinchiná y Palestina, hay un tema que no se discute a gritos pero que preocupa a todos: la reforma laboral impulsada por el gobierno de Gustavo Petro.


Aunque se presentó como una apuesta por la “dignificación del trabajo”, en la práctica millones de colombianos sienten que se ha convertido en un riesgo para su sustento diario. La senadora María Fernanda Cabal lo ha dicho con claridad: la reforma no creó empleo, lo destruyó. Y en medio de esa denuncia, aflora un miedo que se escucha en la voz de comerciantes, transportadores y madres cabeza de hogar.


El temor se centra en tres puntos claves:

  1. La pérdida de empleos. En las pymes y mipymes —motor económico en Caldas— la sensación es que contratar se volvió una carga imposible. Cada recorte no solo significa menos ingresos para una familia, sino más informalidad en las calles.

  2. El aumento en la canasta familiar. Cuando hay menos empleo formal, los bolsillos se resienten. Los ciudadanos ven cómo los precios de alimentos, servicios públicos y productos básicos no se detienen, mientras sus ingresos se reducen.

  3. El transporte público en riesgo. Los aumentos de costos operativos golpean a transportadores y usuarios. Subir la tarifa parece inevitable, afectando aún más a quienes dependen del servicio para llegar al trabajo o al estudio.




El miedo es real, aunque muchas veces se disfraza de resignación. En palabras de un cafetero de Palestina: “Uno trabaja, pero ya ni alcanza. Y con estas reformas, menos ganas dan de invertir o contratar”.


El debate político se enciende con las críticas de Cabal, pero lo cierto es que la discusión se está dando también en la vida cotidiana: en los hogares que sienten que cada decisión en Bogotá repercute directamente en su mesa, en su trabajo y en su futuro.


El silencio en las calles no es indiferencia: es preocupación acumulada. Y si algo demuestra la historia, es que cuando el bolsillo de la gente se ve afectado, tarde o temprano ese silencio se transforma en voz, en protesta o en decisión en las urnas.

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