Por: Jorge Patiño - Comunicador social.
La lealtad en la política es
un valor que va más allá de los discursos; es la base sobre la cual se
construyen relaciones de confianza, equipos sólidos y proyectos duraderos. Ser
leal implica coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, asumir compromisos
con convicción y actuar con rectitud incluso cuando nadie está mirando. Por eso
tiene sentido aquella frase que le escuché a un político: “la lealtad hace
familia”. En un escenario tan competitivo y, a veces, tan complejo como la
política, la lealtad permite crear vínculos que resisten la presión, sostienen
procesos y hacen posible que las ideas se conviertan en acciones reales.
Pero la lealtad no surge de la
nada; nace de ser personas antes que dirigentes. Quien no es capaz de ser leal
en lo humano, difícilmente podrá serlo en la arena pública. Para construir un
partido o aspirar a un cargo de elección popular, primero hay que demostrar
integridad, respeto y transparencia en lo cotidiano. La ciudadanía lo percibe,
lo valora y lo exige. Solo cuando la política se ejerce desde esa ética básica
—desde esa humanidad que reconoce al otro— pueden edificarse proyectos
colectivos que trasciendan y generen verdadera confianza en la comunidad.
En contraste con esa visión
ética, una reciente encuesta del Centro Nacional de Consultoría (CNC) volvió a
encender las alarmas sobre la manipulación de la opinión pública. El estudio
fue financiado por Telenómina & Servicios S.A.S., una empresa sin trayectoria
en mediciones políticas, lo que inmediatamente abrió interrogantes sobre los
intereses detrás de su publicación. La encuesta presenta una marcada ventaja
para Miguel Uribe Londoño, coincidencia que muchos analistas no pasan por alto,
especialmente ante la falta de claridad metodológica y el inusual origen de los
recursos que la financiaron.
Este episodio revive el debate
sobre la responsabilidad de las encuestadoras en tiempos preelectorales. La
ciudadanía tiene derecho a recibir información transparente y rigurosa, no
productos disfrazados de ciencia estadística al servicio de intereses particulares.
El CNC deberá aclarar si su ejercicio cumplió los estándares de independencia y
rigor que el país merece o si, por el contrario, prestó su nombre para
legitimar una operación política.
En este orden de ideas, queda una reflexión inevitable: el daño que Miguel Uribe Londoño se hace a sí mismo —y le hace al país— cuando permite que sus asesores conviertan la política en un juego oscuro, cuando la ambición supera la ética, la lealtad se rompe y la confianza ciudadana se erosiona. Este es, quizá, el momento perfecto para que Colombia abra los ojos y no siga permitiendo maniobras que manipulan la percepción pública, como las que hoy rodean a Miguel Uribe Londoño y a figuras como Juan Carlos Pinzón. Quienes de verdad queremos entender la política sabemos que la democracia no se construye con atajos, sino con integridad.
Porque al final, El ejercicio político que nace sin reconocer el valor fundamental
de la lealtad, no solo termina con el
elector y su partido sino también con el país.
