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Fotografía: Cortesía |
Antes de escribir una sola palabra más, quiero hacerles una pregunta directa, urgente, incómoda:
¿Y si la inteligencia artificial llega a ser más humana que nosotros, los abogados?
-Sí, lo digo en serio.
¿Y si logra escuchar mejor, entender más, conectar con la gente, sentir empatía…?
¿Qué pasará si una IA logra responder a una víctima de violencia con más compasión que el abogado de turno?
¿Si entiende el dolor de un desplazado mejor que quien se formó para defenderlo?
¿Estaremos entonces condenados a la irrelevancia? ¿O acaso es que ya nos está ganando la partida?
Vivimos tiempos acelerados, donde los avances tecnológicos deslumbran, pero también asustan. La inteligencia artificial redacta demandas, propone estrategias jurídicas, analiza jurisprudencia con una velocidad que jamás alcanzaremos… Pero hay algo que ningún algoritmo puede replicar: la emoción, el compromiso, la ética y el sentido de justicia que DEBERÍA habitar en cada abogado. El futuro del Derecho no está en resistirse a la tecnología, sino en recordarle al mundo que el corazón de la justicia no late en los algoritmos, late en el pecho de los abogados que no renuncian a su humanidad.
Y ahora les pregunto:
¿Saben qué frase está escrita en la fachada de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, en la Universidad de Caldas?
Con letras firmes, casi como un llamado del alma, dice:
“¿Dónde están los abogados?”
Esa frase no es un adorno. Es un clamor.
Es un eco que resuena en cada víctima ignorada, en cada joven judicializado por nacer en el barrio equivocado, en cada mujer violentada, en cada campesino sin tierra, en cada comunidad sin voz.
Estudiantes, docentes, profesionales del Derecho. ¡Somos la respuesta viva a esa pregunta!
¡Estamos aquí!
Y debemos estar siempre presentes donde la injusticia intenta reinar. Porque, queridas y queridos colegas, en este país donde la justicia parece un privilegio y no un derecho, ¡los abogados no somos opcionales! ¡Somos necesarios! ¡Somos urgentes!
No fuimos llamados a memorizar artículos como máquinas, ni a repetir códigos como loros jurídicos.
Fuimos llamados a defender la dignidad humana,
a ensanchar los márgenes de la justicia,
a gritar verdades donde otros callan por miedo o por comodidad.
La toga no es un adorno. Es una responsabilidad.
Una promesa silenciosa de no abandonar a quien más lo necesita.
Ser abogado en Colombia no es un título.
Es un acto de rebeldía contra la indiferencia.
Es una vocación profundamente humana, política, ética y social.
Así que, frente a ese muro que nos interpela desde la fachada, respondamos con orgullo, con amor por lo que hacemos, con compromiso renovado:
¿Dónde están los abogados?
¡Aquí estamos!
Con menos ego y más empatía.
Con menos soberbia y más escucha.
Con menos tecnicismo vacío y más justicia real.
¡En pie, despiertos, con el alma encendida, dispuestos a hacer del Derecho no un privilegio, sino un instrumento real de justicia social!
Porque la inteligencia artificial podrá simular muchas cosas…
Pero jamás podrá sustituir a un abogado que, además de saber derecho, sabe sentir.