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El legado de Uribe.

 





Por: Jorge Patiño - Comunicador Social

Lo que va a pasar hoy en Colombia es, sin duda, una de las noticias más importantes de los últimos años. Ya lo sabemos. Los medios llevan días sirviéndonos el menú completo: titulares, análisis, opiniones y discursos a la carta. Pero hoy quiero hablar desde otro lugar. Desde el corazón, desde la memoria y desde lo que he vivido.

 

Porque una cosa es opinar desde la comodidad del celular y otra muy distinta es haberlo vivido en carne propia.

 

Yo no entendía nada de eso que llamaban “seguridad democrática” hasta que un día, siendo un niño de 10 años, unos desadaptados llegaron a la finca, donde vivía con mis papás. Eran las 6 de la tarde de un miércoles cuando un hombre encapuchado apareció y en cuestión de minutos nos tenía a todos amarrados. Se nos llevó todo. Todo. Hasta el gallo grande que teníamos.

 

Estuvimos 12 horas amarrados, con miedo, con rabia, con impotencia. Nunca voy a olvidar la imagen de ese hombre gritándome que me callara o me mataba. Nos dejaron solo con la ropa que teníamos puesta. Mi papá sin moto, mi mamá, mi hermano y yo, llorando. Fue tan duro que no pude volver al colegio en ocho días, y ese año perdí tercero de primaria. Fue tan duro. ¿Y ahora resulta que debo quedarme callado mientras celebran en redes sociales que Uribe está a punto de escuchar un fallo judicial? No, señores. No soy capaz de callar.

 

También viví en carne propia el odio disfrazado de “protesta social”. Estaba trabajando, cuando un grupo de encapuchados llegó al lugar donde laboraba y, en apenas 15 minutos, comenzaron a destruirlo todo. Me tocó salir corriendo para proteger mi vida y la de mis compañeros. Recuerdo que, por razones laborales, nunca pude expresar lo que realmente se sentía, pero esa noche, a las 10:20 p.m., salí del peaje porque esos mismos que decían estar luchando por un mejor país estaban a punto de robarnos. El resultado fue que me dejaron sin empleo durante tres meses. No pasé hambre, pero sí me quedé sin un solo peso, ni siquiera para un helado. Me tocó acudir a mi abuelita, que como siempre me tendió la mano, y gracias a su apoyo logré salir adelante.

Por eso hoy repito lo que decía mi abuela: quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Nosotros, los que vivimos en el campo, en la provincia, los que sabemos lo que era dormir con miedo, los que vimos la guerra pasar por la puerta de nuestras casas, no podemos permitirnos olvidar. Claro que no fue  ni es un país perfecto. Claro que hubo errores. Pero negar que Colombia cambió positivamente con Álvaro Uribe es mentirse a uno mismo.

 

Hoy muchos, desde la ciudad y con resentimiento, celebran que Uribe esté en el banquillo de los acusados. Los entiendo: no vivieron la guerra, no  les toco llorar ni muchos menos sufrir. Se educaron con profesores que jamás pisaron la guerra, pero que repiten discursos llenos de rabia política solo porque les quitaron una prima extra o  alguna prevenda. A esos les digo: dejen de comerse el cuento. Porque mientras ustedes hablan desde el desconocimiento, nosotros sobrevivimos.

 

Y sí, hoy ser del Centro Democrático da miedo. Porque aunque ya no hay fusiles apuntando, hay celulares cargados para destruir. Las redes sociales se convirtieron en trincheras donde te fusilan con insultos si no piensas igual. Por eso valoro el coraje de la senadora María Fernanda Cabal, quien ha sido una de las pocas voces que se atreven a denunciar esas bodegas digitales financiadas con nuestros impuestos. A ella no le tiembla la voz, no le da miedo, no se arrodilla.

 

En este país machista aun cuesta aceptar que una mujer como Cabal podría dirigir este país. Nos da miedo decirlo, porque el miedo al qué dirán pesa más que la conciencia. Pero ella representa a muchos que ya estamos cansados del odio disfrazado de justicia y de las cosas tibias.

 

El problema es que estamos tan llenos de rabia que ya no vemos con claridad. No leemos, no investigamos, solo repetimos lo que otros nos dicen. Así es fácil odiar a Uribe. Así es fácil burlarse de su historia. Pero nosotros, los que no olvidamos, sabemos lo que significó su llegada. Sabemos que no todo fue malo. Sabemos que, Uribe nos devolvió algo que se había perdido: la esperanza.

 

Porque mientras unos celebran, nosotros no olvidamos.







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