Por: Octavio Cardona León - Representante a la Cámara.
La muerte de Miguel Uribe Turbay, según algunos detractores, es “una muerte como cualquier otra”. En algo tienen razón: no existen muertos mejores que otros; al final, todos son pérdidas irreparables. Sin embargo, lo que no podemos aceptar es la afirmación de que su asesinato tuvo un propósito político y que habría provenido de sus propias filas.
Hasta el momento, nadie ha podido determinar con certeza quién fue el responsable ni cuál fue el propósito definitivo de este hecho, pues las investigaciones no han llegado tan lejos.
Señalar de manera ligera a una persona o grupo como culpable es irresponsable. Y, si esto fuera poco, insinuar que se trató de un autoatentado o de un daño auto infligido, no es solo irresponsable: es una absoluta insensatez.
Durante las últimas semanas circularon rumores absurdos: que la Fundación Santa Fe se había confabulado con familiares y colegas políticos para simular su delicado estado de salud; que se le mantenía “hospitalizado” para lanzarlo como el candidato perfecto en noviembre; que las balas eran de goma o salva, y que todo se trataba de una obra de teatro con fines electorales.
El tiempo se encargó de desmentir estas especulaciones, confirmando la gravedad del ataque y, lamentablemente, poniendo fin a la vida de un gran prospecto político, de un hombre con profundo sentido social, de un padre enamorado de su familia, de un candidato con inmensas posibilidades. Pero, sobre todo, acabó con la esperanza de muchos colombianos que veían en Miguel Uribe el líder que el país necesitaba en momentos como este.
Aquí no solo asesinaron a un hombre que, de niño, quedó huérfano por la violencia, y que ahora, en su madurez, la misma violencia dejó a sus hijos huérfanos. No, señores, aquí asesinaron una gran esperanza. Y eso es lo que hoy tiene al país sumido en una tristeza inmensa y en un dolor colectivo.
Miguel soñaba con un país posible, con una Colombia donde sus compatriotas pudieran vivir mejor, con oportunidades para todos. Apostaba por un futuro digno, pero la vida le fue arrebatada. De niño le negaron la posibilidad de crecer al lado de su madre; de adulto, le arrebataron la oportunidad de envejecer junto a sus hijos.
Colombia siente de nuevo que hay una esperanza perdida