Por: Sergio López Arias.
Entrar
en la discusión sobre si la crisis actual de Colombia obedece a la derecha o a
la izquierda política es relativamente fácil. La polarización parece acentuarse
cada día más. Sin embargo, considero que las situaciones que hoy vive el país
no dependen exclusivamente de una ideología u otra. Todos, de alguna forma,
hemos entrado en el juego de una sola persona. Una persona que, cada vez que
habla, genera un nuevo incendio en el país. Pareciera que esa es su estrategia:
profundizar la polarización política, agitar los ánimos de jóvenes, niños y
adultos por igual.
Sus
entrevistas giran en torno a una supuesta lucha de clases, ha tenido el
atrevimiento de lanzar improperios en público, de maltratar a las mujeres para
defender a personas con antecedentes claros de violencia de género. El poder es
un espejo que revela la verdadera naturaleza de quien lo ejerce: puede
enloquecer o desnudar el corazón de quien lo posee. Hoy, muchos de quienes lo
eligieron lo desconocen. Vale la pena analizar con quién inició su mandato y
con quién continúa. Muchos de sus antiguos aliados ahora son sus principales
contradictores.
Es,
sin duda, un buen actor protagónico: no pierde oportunidad para hacerse notar.
Ya ocupa un lugar en la historia, pero no uno digno de repetirse. Ni sus
propios seguidores habrían creído que gobernaría de esta manera. Su mandato ha
estado marcado por presuntos escándalos: alcohol, drogas, infidelidades,
groserías, maltratos, clasismo y una larga lista de presuntas situaciones
lamentables. Todo ello por parte de alguien que debería ser ejemplo nacional.
Aunque
algunas de sus acciones podrían considerarse positivas, estas quedan opacadas
por sus intervenciones incendiarias. Su forma inadecuada de actuar es tan
evidente que sus propios camaradas y amigos —hoy aspirantes presidenciales—
hacen lo posible por alejarse de él. No del pensamiento político que lo llevó
al poder, sino de su figura. Nadie quiere asociarse con él. Su círculo familiar
lo deja solo, su equipo de trabajo renuncia, y su fórmula electoral luce
decepcionada.
Al
final, solo le queda un pequeño círculo de opinión que busca resaltar lo poco
bueno para disimular lo mucho malo que él mismo promueve en sus alocuciones.
Este panorama lleva a una conclusión clara: la situación del país no se debe a
la ideología de derecha o izquierda, sino a la persona que hoy gobierna. Una
persona que, consciente de que su mandato se agota, parece estar dispuesta a
prolongarlo apelando a la llamada “voluntad popular”, ese discurso con el que
busca perpetuarse en el poder, por encima de las bases constitucionales del
Estado.
Estoy
convencido de que no habrá un solo candidato presidencial dispuesto a
defenderlo, ni siquiera sus antiguos aliados. No solo por cálculos electorales,
sino porque reconocen que, como persona, no cumplió con el papel que debía. No
fue el mandatario que se esperaba, y quienes lleguen al poder difícilmente
continuarán su legado de incoherencias e imprudencias.
Lo
único que podemos esperar es que tanto la derecha como la izquierda del país
entiendan que el verdadero camino hacia un cambio necesario no es otro que el
fortalecimiento de la democracia y la defensa de nuestro Estado Social de
Derecho.